sábado, 27 de junio de 2009

'Se Drogan porque no creen en Dios'

Ahora se ha hecho un peligroso enlace (Como puede verse en el artículo más abajo): los jóvenes se vuelven adictos porque no creen en dios. Y no creen en dios porque no lo conocen. Lo anterior lo ha pensado y dicho Calderón. Pero podría seguir con esta línea: ¿Qué haremos para combatir el narcotráfico? Como una de las causas del problema está en las adicciones y los jóvenes se vuelven adictos porque no creen en dios quizás una opción sería hacer que los jóvenes crean en dios. Pero para creer deben conocerlo ¿No podríamos comenzar con una educación pública religiosa?

Además de afirmar, sin pruebas, que el fallecido cantante Michael Jackson murió a causa del abuso de drogas, el ciudadano Felipe Calderón señaló la falta de fe en Dios como causa de las adicciones. Su discurso trató de colgarse de la muerte del cantante, que ha sido un suceso muy cubierto por los medios, para introducir el tema de las drogas. A tres años del inicio de su gobierno, a Calderón sólo le queda para promoverse políticamente la llamada guerra contra el narcotráfico. En efecto, no puede acudir al tema económico pues el país está sumido en una crisis similar o más fuerte que la de mediados de la década pasada. Se limita a repetir y hacer repetir al presidente del PAN que la crisis no ha sido culpa de su gobierno, cuando es lugar común que la crisis actual ha sido provocada por la falta de regulación estatal en la economía. Como prueba de ello, las acciones del presidente Obama encaminadas, precisamente, a regular el sistema financiero y a tener más presencia en el productivo. Se trata de la crisis del modelo neoliberal, del cual tanto Fox como Calderón del PAN, como Zedillo, Salinas y De la Madrid del PRI son correligionarios.

A contracorriente de casi toda Latinoamérica, México no ha virado a políticas económicas antineoliberales, antiimperialistas y de izquierda. Los gobiernos de México, Colombia y Perú, siguen dando preferencia al capital sobre el trabajo, a las corporaciones privadas locales y extranjeras que al Estado, a los organismos internacionales anglosajones como el F.M.I. y el Banco Mundial que a los organismos nacientes de integración regional como la UNASUR, el ALBA o el Banco del Sur. Tanto en Colombia como en México se ha convertido en el tema principal de la agenda nacional el combate a la delincuencia organizada. En el primero la disidencia política ya ha sido identificada con el narcotráfico, las FARC y el ELN no son considerados fuerzas de lucha política sino terroristas al servicio de los narcotraficantes. En México, el tema que el gobierno panista quisiera poner al frente de todos es el mismo que en Colombia. De esta manera desea que la masa ciudadana vea en el Estado gobernado por panistas a un protector que lo defiende del narco y del secuestro. Una estrategia clásica de los gobiernos autoritarios.

Hitler era el protector de Alemania contra judíos y comunistas, Franco salvó a España de los rojos, Bush defendió a E.U.A. de los terroristas islámicos. En todos lados, sin embargo, el miedo que pide mano protectora es también el que acepta a cambio la sacralización de lo establecido y de las decisiones del protector. Que se extinga la lucha de los trabajadores por un mejor salario con tal de que haya seguridad, que se privaticen los bienes de la nación, con tal de que veamos a un soldado en cada esquina defendiéndonos de los delincuentes, que no sabemos de dónde salen, pero ahí están amenazantes. En tiempos revueltos de violencia y peligro, piensa el temeroso, es mejor tener un gobierno duro y estable. La superestructura, la moral, las instituciones políticas y jurídicas y, por tanto, las relaciones económicas de explotación, se fortalecen y se perpetúan con la argamasa del miedo.

De un país del tercer mundo, lo que le importa a la metrópoli imperialista es que el Estado tercermundista sea su aliado subordinado, que mantenga el orden interno y sea entreguista al exterior. Que sea lo opuesto a los perros guardianes de Platón: manso con los enemigos extranjeros, bravo con sus propios ciudadanos. Lo peor es que, en este extraño modelo, los mismos ciudadanos pedirán que el perro del Estado se vuelva bravo pues tendrán miedo de peligros que las políticas económicas y la corrupción han provocado. La pobreza, producto del neoliberalismo, empuja a los ciudadanos a la delincuencia: en el narcotráfico, vendiendo un par de gramos de cocaína en 5 minutos se obtiene más que el salario mínimo que se gana por 8 horas de trabajo.

Más aún: el combate al crimen organizado es sólo un pretexto para lograr el orden y el control social de los ciudadanos. A nadie en el gobierno conviene que los peligros sean superados, pues entonces se terminaría el miedo y las personas podrían comenzar a ver por otras necesidades y tendrían otras peticiones que hacerle al gobierno. En Colombia, donde se lleva combatiendo al narcotráfico y a la guerrilla con apoyo intervencionista norteamericano por décadas, la tal guerra contra el narcotráfico parece que nunca va a terminar. Pero Uribe, presidente de ultraderecha, tiene altos índices de popularidad. Calderón desearía lo mismo en México: que el miedo le entregara la popularidad y la aceptación de la que carece desde el fraude de 2006 o, por lo menos, que le alcance para que su partido tenga buenos resultados electorales este 5 de julio y en el 2012.

Añádase a esto el elemento católico y tendremos un cuadro más completo de la ideología de la derecha mexicana y colombiana. No sólo se apela al miedo del ciudadano, sino también a su fe. La despenalización del aborto y el matrimonio homosexual son vistos con los anteojos del imaginario católico. En Guadalajara, la campaña política de los candidatos del PAN está llena de referencias al aborto. Sólo ellos -dicen los candidatos de Acción Nacional- garantizan que nunca se despenalice el aborto. Sólo ellos, repiten, defienden la vida. Sólo ellos, quieren expresar, defienden los dogmas de la religión católica.

Carlos Delgadillo


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